domingo, 2 de diciembre de 2007

Las Meninas


Posiblemente a pocos les interese este análisis, pero me va a servir para estudiar.


Diego Velázquez fue un pintor español y uno de los mayores exponentes de la pintura universal. Sin querer se trasformó en el primer artista del pensamiento moderno, se puede analizar así la obra "Las Meninas" y nos daremos cuenta de eso.


Tomemos en cuenta los siguientes aspectos del autor, antes de analizar el cuadro:

Las Meninas fue pintado en 1656 y 1657 tiempo en que se expresaba artísticamente la majestuosidad de los Reyes, llamado Estilo Barroco. Hacía pinturas por encargo en donde generalmente se demostraba además la gran religiosidad existente en el mundo medieval-moderno. (recordemos que los cambios en la historia son procesos, no cosas que suceden de un día para otro).
• Uno de sus influencias notorias fue Caravaggio, uno de los primeros exponentes del barroco y de las técnicas del "claroscuro" y es por ello el énfasis que se da a las sombras y a la luz.
• Pinta para el observador (no vamos a decir que para el público, ya que los cuadros se realizaban para la monarquía y la nobleza), y ese observador sufre una serie de sentimientos al contemplar el cuadro, creando Velázquez un sentido Psicológico en lo que pintaba.
• Velázquez es de la idea de la profesionalización de la pintura, denominándolo un arte superior dentro de las artes o "artesanías" de la época, es por ello que es meticuloso con sus técnicas para demostrar que se necesita de además de inspiración, habilidad y talento, razón y lógica para que sus dedos dejen plasmada una magna obra. Que lo importante al pintar no era el acto pintar en sí, sino la idea, el concepto y el pensamiento al hecho pleno mecánico de aplicar el óleo sobre el lienzo.
• Velázquez era un pintor muy cercano a la familia, tanto así que el Rey Felipe IV y su esposa Mariana pasaban en su despacho conversando con el artista.
• El nombre de ésta obra es originalmente "La Familia de Felipe IV" pero después de formar parte del Museo del Prado (en donde actualmente permanece) fue cambiado a las Meninas, denominación portuguesa de las damas de compañía de la Infanta Margarita, la niña que está en el centro del cuadro.


1.- ¿Quiénes aparecen en el cuadro? ( de manera trivial)

El tema del cuadro parece trivial, la infanta y sus damitas de compañía (meninas en portugués) irrumpen en el estudio de Velázquez, pintor de cámara del rey Felipe IV, que se encuentra pensativo y observa los modelos que se dispone a pintar. Nosotros podemos ser esos modelos ya que somos contemplados por Velázquez. Sin embargo, los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, a quienes vemos reflejados en el espejo del fondo, son las personas que el pintor retrata.

Pero vayamos por partes, en primer término y de izquierda a derecha tenemos a María Agustina Sarmiento que está haciendo una reverencia y ofreciendo en una bandeja plateada un jarrito o búcaro rojo a la infanta Margarita de Austria que se encuentra en el centro de la composición y resulta ser una deliciosa y encantadora niña de seis añitos de edad. Margarita acepta con su mano el jarrito y nos observa con su candorosa mirada infantil. Un poco más a la derecha vemos a otra menina, Isabel de Velasco, que también muestra sus respetos mediante una suave reverencia. La siguiente es Maribárbola, enana macrocéfala de origen alemán, que también nos mira y, finalizando este plano, Nicolasillo Pertusato, que parece un niño pero también era un enano, bastante travieso por cierto, pues ya ves que le está dando una patada a un gran mastín tumbado en el suelo.

Un poco más atrás, a la izquierda, está el pintor Velázquez sujetando un pincel en la mano derecha y la paleta con los demás pinceles en la izquierda. Se está inspirando para pintar a los reyes y se ha representado a sí mismo muy elegante y como de cuarenta años cuando ya rondaba los cincuenta y siete. Delante de él está la parte posterior del lienzo sobre un caballete.

Ahora pasas a la zona derecha y, en un segundo plano, ves dos personajes: la dama Marcela Ulloa, “guarda menor de damas” y un caballero sin identificar que sería un sirviente de la corte y que tiene las manos juntas mientras escucha la conversación de la dama. Para marcar la distancia y el espacio, Velázquez los sitúa a ambos en penumbra y más abocetados que las meninas.

Al fondo, una puerta de madera con cuarterones se abre a una estancia posterior muy iluminada y José Nieto, aposentador de la corte, está en las escaleras, no sabemos si viene o se va. Lleva un sombrero en la mano y viste una elegante capa negra. La luz es de tal intensidad que hace brillar la escalera, la puerta y la persona de José Nieto.

Colgado en la pared ves un espejo que refleja la luz y donde el rey y la reina aparecen con un cortinaje rojo. No sabemos si están quietos posando para Velázquez o si entran en ese momento en la habitación.

La estancia es amplia y de techo alto, sería el estudio del pintor y por eso hay grandes cuadros por las paredes (identificados en la actualidad). Existen ventanas en la pared derecha y están alternativamente abiertas y cerradas lo que nos acentúa la sensación de profundidad y de atmósfera real. El gran tamaño de las figuras, casi natural, subraya aún más su presencia en un espacio muy creíble.




Para analizar esta obra Filosóficamente, en su paradoja de haber sido pensado en una forma sicológica, Michael Foucault ilusionada con el sicoanálisis trata de dar la explicación social que representa este cuadro para el pensamiento moderno.

2.- "Las palabras y las cosas" de Michel Foucault

¿Por qué el pensamiento moderno?

Foucault, al iniciar su arqueología de las ciencias sociales analiza “Las meninas” como paradigma de la manera privilegiada de acceder a la verdad en la modernidad. Época que estableció que el único conocimiento verdadero era el científico, entronizando como modelo de lo científico a la físico-matemática. En ella, lo importante es la representación en los dos sentidos que señalan “Las meninas”, como representación de la realidad (lo que ocurría en el salón representado), y como duplicación de la representación (la representación del reflejo de lo real, en el espejo). En ciencia, esto se traduce así: el objeto de estudio Se representa (se recorta una porción del mundo a estudiar) y se enuncian fórmulas, modelos y axiomas (duplicación de la representación).

La importancia de la primera representación –la denomino representación de “nivel uno”- reside en la convicción de que solo se puede conocer “representándose” los fenómenos y sus relaciones. La modernidad trata de conceptualizar a priori, antes que interactuar con objetos concretos. Esto hizo posible la Revolución copernicana. El conocimiento dejó de movilizarse por lo que muestran los fenómenos (en este caso, que el Sol se mueve), y produjo un giro de 180 grados. Se comenzó a construir una concepción de lo real consistente en imaginar que los fenómenos no son lo que parecen (“parece” que la Tierra está inmóvil y el Sol se desplaza). Para dar cuenta de este giro cuya repercusión va mucho más allá de lo meramente cognoscitivo, se enunciaron leyes universales que trascienden lo fenoménico y que son más importantes que los fenómenos mismos: aunque “parece” que la Tierra está inmóvil, hay que imaginarla móvil e imaginar que el Sol, que “parece” girar, está realmente inmóvil. Esta segunda representación, representación de nivel dos, se manifiesta en las leyes pretendidamente universales.


3.- Descripciones


Una infanta con ligeros rasgos mogólicos. Blanca. Rubia. Una servidora hincada a sus pies, varios personajes secundarios, un perro en primer plano, un caballero entrando o saliendo por un haz de luz que brilla en el fondo del cuadro, a la derecha del espectador; mientras a la izquierda, hay un caballete que nos da la espalda. El caballete sostiene un cuadro del que solo vemos la parte de atrás. Simplemente un armazón desangelado. El cuadro se nos esconde, pero no quien lo pinta. El pintor se representó a sí mismo de pie junto a la pintura que está elaborando. Sostiene una paleta y un pincel, sus manos se aprestan a usarlos. La mayoría de los personajes del cuadro miran hacia delante, el pintor también. El objeto de esa atención se nos escapa a quienes miramos el cuadro, pues está enfrente de los personajes, fuera del cuadro, más allá de la representación.

Al fondo del cuadro - en el centro - hay un rectángulo ricamente enmarcado. Es más pequeño que los demás cuadros que pueblan las paredes representadas en el cuadro que estamos observando. Este aparente cuadro se diferencia de los otros no solo por su tamaño, sino por su textura. La superficie luce bruñida. En realidad no se trata de un cuadro más. Se trata de un espejo que refleja el rostro de dos personas. Una mujer y un hombre, la reina y el rey. Pero la atención se concentra en el rey, que lo es por derecho propio. Ella sólo es reina por haberse casado con él.

Velásquez honra al rey representándolo dentro de la representación; es decir, reduplicando la representación. Porque el cuadro que miramos es obviamente una representación, pero su personaje principal, el rey, no está “directamente” representado, como habría ocurrido en cualquier cuadro occidentales que precediera a este, “Las meninas”, realizado en los albores de la modernidad. Es como si la “verdad” del cuadro residiera en representar la representación. Y no solo representarla, sino también darle un lugar de privilegio, duplicándola.

Cabría preguntarse por qué Velásquez, puesto que quería duplicar la representación del soberano, en lugar de representarlo en un espejo no lo hizo en un cuadro dentro del cuadro (al que actualmente llamamos “Las meninas”). Se me ocurren dos respuestas, entre tantas posibles.

En primer lugar, la representación como pintura, como cuadro “de verdad” dentro del cuadro que miramos, habría dejado al rey sin presencia “viva” en la obra de arte. Un personaje pintado en un cuadro dentro de un cuadro real sería un elemento secundario, una especie de decoración dentro del cuadro propiamente dicho. Por el contrario, si la mayoría de los personajes miran al principal, que está fuera del cuadro pero también dentro (ya que un espejo lo refleja), el observado se impone con su no presencia. Está dejando sentir su presencia real, es como detener el tiempo y a la vez mostrarlo en u devenir. Ese cuadro muestra miradas que miran al rey aquí, ahora y constantemente. Miradas empíricas que, paradójicamente, son capaces de ver lo trascendente. Una especie de avant prèmiere de la postura kantiana que afirmará que el ser empírico y finito (que somos) participa de lo formal, universal y trascendental (que no somos) mediante la razón. Conflicto irresoluble -aunque Kant lo consideró resuelto- entre lo empírico y lo trascendental, entre la finitud y su pretendida capacidad de captar lo infinito, entre la subjetividad y su improbable disposición de acceder a lo universal.

En segundo lugar, Velásquez encontró la manera de representar la trascendencia, el más allá del cuadro: el personaje real (en los dos sentidos de “real”: por pertenecer a la realeza y por no ser ficticio) está afuera del cuadro. Lo que trasciende es más importante aún que lo trascendido (que lo representado). Prueba de ello es que concentra la atención y el respeto de la mayoría de los sujetos pintados. Porque hay algo más importante incluso que la representación duplicada y eso, precisamente lo más importante, no está en el cuadro. Pero únicamente nosotros (los espectadores del cuadro) podemos conocer la importancia de lo trascendente gracias a la doble representación que se nos ofrece a la mirada. Lo trascendente en este cuadro es el rey, y la metáfora filosófica remite a que el lugar ocupado en el neo clasicismo por el rey, en la modernidad madura será ocupado por el hombre, en tanto objeto de estudio de la ciencia.

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