miércoles, 17 de junio de 2009

La estufa estaba encendida, el lugar era cálido y acogedor, como tantas veces de fondo se escuchaban casi incansablemente los mismos videoclip de siempre, con soltura, a veces con picardía, uno tras otro se hacían notar y de a poco comenzaron a pasar desapercibidos. La música se alejaba del entorno y el silencio se apoderó del lugar. Estando aún ahí.
Miraba en la retina una sorpresa miscelánea ¿Qué será? Las ideas se apoderaban de la macabra situación, de acogida y de destierro, de un suspiro inalcanzable y lejano.
Como siempre la intervención humana tuvo cabida en la inyección de posibilidades, un par de cartones negros sobre la mesa y un par de palabras al aire ¿Qué van a importar ahora esas palabras, luego de inadvertida situación?
Continúo.
El caminar precipitado y constante anteriormente desencadenado desató en palpitaciones agitadas y prolongadas que se mezclaban con la inquetud de una respuesta pronta: ¿Cómo estás?
A propósito, brinqué de una escena a otra sin advertir: "Señor lector: Por favor no me pida más, sólo trato de hacer entendible en palabras lo que sólo se puede explicar con un abrazo".
Se apróxima una tormenta y bombean los conductos membranosos de mi rostro, hay presión en el ambiente, pero ¿Qué importa, si a veces en la peor ocasión encontramos una palabra de aliento para sobrellevar lo que queda de vida? ¡Y vaya que nos queda vida! Y vaya que me sirvieron todas esas palabras. No hay momento en que no se despegan de mi las prácticas letras que soltaron sonrisas alumbradas noche tras noche frente a una presencia casi fantasma. Pero más real que la misma vida.
Estoy bien.
¿Puede haber una respuesta mejor que esa?
En ese momento creí perder las agallas, la música volvió a sonar.

1 comentario:

Fede Carré dijo...

hice un comentario es la entrada que publicaste hacerca del análisis de caperucita roja...