domingo, 16 de septiembre de 2007

No lo odio


Te voy a contar muchas cosas que nadie sabe, que quisás me guardé con receló y posiblemente alguien por ahí allá escuchado una historia parecida a ésta, pero los contextos naturales de las cosas hacen que esta tenga un gusto especial, agridulce si quieres llamarlo así.
Un día me preguntaste: "¿Dónde está tu papá?" con todas sus letras, tan claro como quien necesita una respuesta de consideración y estructurada.
-"Mi papá está en el cielo, Martín"
-¿she muyió?
-si Martín, se murió.
Nada más eso te bastaba escuchar, eres mucho más ingenuo que las demás personas, sólo murió para ti, no está y es importante que este en el cielo, porque desde ahí nos cuida a todos, aunque jamás lo hayas conocido, pero saber de su presencia, ¿y cómo pudo formular tal pregunta? Debe ser porque tengo tanto de él en cada célula como de smog en los pulmones y palabras olvidadas en mi mente.

Quise escribir algo acerca de su niñez, pero no estuve ahí como para afirmar que es cierto lo que me contó, muchas veces me decía cosas que no eran ciertas y perdió un poco de credibilidad, de esto aprendí a no prometer cosas que no sabes que se van a cumplir. Muchas veces me decía que íbamos a ir la montaña, que las estrellas se veían mucho más hermosas desde ahí, bueno al parecer me conquistó con esa frase al decir lo de las estrellas, no sé si sabía que me fascina mirar al cielo, no se porque me gusta tanto, pero algún día espero que me crezcan alas. Y a la montaña jamás fuimos.
Quise escribir sobre lo que él sentía, pero hasta él tenía confusiones, una vez me dijo que me odiaba y que yo no le importaba nada de lo que yo hacía, pero hacía cosas por mi, al menos eso quiero creer, creo que una vez me escribió una carta en donde exigía orden en mi vida que una mujer debía ser siempre ordenada y ejemplo para los demás. Gracias a ello me convertí en algo que no era, me encanta el orden, pero a la vez siempre tuve la impresión de buscar en los hombres a ese desequilibrio mental que con sus ojos me decía que me amaba, que me sacaba en moto desde pequeña y hasta que se echó a perder, el que me llevaba a las fiestas y me dio cerveza y cigarros a edad madura, para darme cuenta de que eran malos, buscaba el desequilibrio de inventarse gracioso para nosotros, de no doblegarse, de dormir dos horas y seguir con energía vital, tal vez eso también lo heredé de ti, el comer completos con sprite para quitar el resfriado y el querer tener siempre la razón. no sabes cuanto te he buscado, y tantos charlatanes han aparecido, me cansé de ver en los demás tu imagen, esa barba gruesa y dolorosa, esos ojos opacos, esos hombros fuertes que jamás me hicieron daño, no más que tu palabras llenas de durezas exclamando piedad.
Quiero recordar más cosas que me dijiste, pero me duelen, porque generalmente eran críticas, aunque me esforzara por ser siempre la mejor, nunca pude lograrlo, ves que esta bailarina, pintora, escritora, diseñadora, gimnasta, basquetbolista y poeta frustrada, jamás pudo completar sus sueños, sabes que no fue por falta de talento - sin presumir - fue por falta de dinero y de tiempo, cosa que no reclamo, eramos tres en las mismas condiciones.
Pero más allá de tus errores y los míos, más allá de los engaños y mentiras, más allá de mis 6.7 que jamás pudieron ser 7, no puedo olvidar tu redención.

Eran las 4 de la tarde, aproximadamente, en los pasillos de un viejo y sucio hospital que estaba rodado por el siquiátrico - que bella analogía - mis pasos cortos y delgados se apresuraban a verte, era solo un momento el que podía estar contigo y algo me decía que sería la última vez. Tus ojos aún encendidos y sin ese color opaco castaño de tu mirar, sino que brillantes y profundos, que clamaban vida, pero que se sustentaban en un provisorio cuerpo que daba lástima, pero no es el punto, el cuerpo se va, el alma queda y yo soy parte de tu alma, soy parte de tu eternidad en la tierra, lo quieras o no, soy un pedazo de ti.
me acerque a tocarte y te di la mano, tu mano estaba muy tibia, muy viva, y desde ahí creo que vivo con las manos heladas. Me dijiste eso que jamás te atreviste no se si por cobardía o por orgullo (otra coincidencia más, a veces me pregunto por que soy tan orgullosa), me dijiste "te quiero", lo modulaste con tus labios secos y agónicos. Lo vi, disculpa no lo escuché, y prefiero hacerle caso a lo que mis ojos pudieron divisar y no a lo que pude oír.

No te odio, no te podría odiar, pero me hubiese gustado escuchar tus retos por todas las leseras que he hecho, pero vaya, no es mi culpa, tus genes siguen aquí, y no se van a ir jamás.

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