En la carretera

Caminaba sola, ya harta de sembrar campos completos y sin poder cosechar. Caminaba tranquila, fumandome el cigarro de la noche, esperando que algún auto en la carretera recordase que hay momentos en la vida de tan mala suerte y que a todos nos puede pasar. Arreglé mi capucha y sujeté mi pelo, el único sonido era el de mis botas y una brisa que a lo lejos tejía un imperial sueño. El frío se hacía más profundo, al parecer era un invierno más del cual me debía proteger inconcientemente, la bruma de la noche se hacía presente y la brisa suave se asemejaba a un abrazo, lo ignoré ¿alguien realmente me querría abrazar? boté el cigarro y tragué saliba, mire hacia el cielo sin luna y empecé a conversar con las estrellas que de a poco se desvanecían ya que la bruma se hacía espesa. No pasaba ni un alma, al menos era lo que yo creía, ni siquiera cantaba un grillo como para hacer la referencia de soledad. Busqué un cigarro en mi bolso negro, en los múltiples bolsillos de mi pantalón negro, hasta dentro de los agujeros de la chaqueta negra...y nada. Solté una carcajada, de esas risas nerviosas cuando vi en frente, a casi un metro la silueta de alguien con la mano extendida. ¿Un cigarro? El nerviosismo me invadió y pudo más que la satisfacción de encontrar a alguien que pudiera al menos extender su mano intentando terminar con esa necesidad de fumar, y luego la incredulidad pudo más que aquella premonición de un café, más allá del cigarro, más allá de una compañía, más allá de lo que inesperadamente llegó.

No sé cuanto tiempo pasó, pero no se acercó, no sé que cara tuve pero me sonrió, no se de que forma lo miré que prefirió pestañear y seguir con su mano estirada.